Hace ya algunos años tuve el privilegio de poder asistir en directo en Santiago del Estero, una de las provincias más empobrecidas de Argentina, a la mobilización del Movimiento Nacional Campesino Indígena por el derecho a la tierra. Eran esos tiempos en que desde las ONG nos planteábamos, en debates un poco bizantinos, qué tipo de cooperación queriamos (quien nos íba a decir que sólo unos años más tarde ya no habría cooperación sobre la que debatir). En esos años una idea se fue consolidando en mi modo de ver las cosas: Esa era la cooperación necesaria, la que a través del apoyo a la mobilización de los más vulnerables en la consecución de los derechos más básicos contribuía a una transformación social real, en positivo y duradera.
En esa época me di cuenta que, de alguna manera, todo lo demás, aunque útil, no servía de nada a medio plazo si no iba acompañado de una mobilización política real desde la base. La tan cacareada capacitación institucional se convertía en humo -un humo muy caro- si no había detrás una población que exigiera más y mejor a las instituciones. La ayuda asistencial se convertía en un acto puntual de caridad y en una fuente inagotable de clientelismo si los usuarios no tomaban conciencia de su derecho a ser asistidos en vez de atribuir su “suerte” a la generosidad del politico o señor de la guerra de turno.
El pasado miércoles tuve la inmensa suerte de estar en Salt con la PAH en la manifestación que siguió a la resolución del tribunal de Estrasburgo. El tribunal acababa de anular provisionalmente el desalojo de un bloque de pisos propiedad de la SAREB -el banco malo- ocupado por activistas de la PAH y dedicado a la “Obra Social La PAH”, es decir, a alojar familias en grave riesgo de ver vulnerado su derecho a una vivienda digna. Se trataba de una pequeña gran victoria. Pequeña por provisional y puntual. Grande porque subía un escalón el nivel de la lucha que, pasito a pasito y victoria tras victoria (con innumerables pequeñas derrotas de por medio, no hay que olvidarlo) había conducido de las sentadas en plena calle a los parqués de los tribunales españoles y a los parlamentos primero español y después europeo. Después de este largo recorrido, ahora eran los tribunales europeos quienes tomaban cartas en el asunto, por muy limitadas que fueran esas cartas de momento.
No pude evitar sentir un olor familiar en el ambiente. Y no sólo por la semejanza entre mobilizaciones, sino sobretodo por la similitud del bando opuesto. Dónde antes teníamos gobiernos disculpándose por aplicar políticas que venían del FMI o del Banco Mundial, ahora encontramos un gobierno argumentando que no le queda otra alternativa que hacer exactamente lo que le ordena el FMI, la Troika y dios sabe que otra entidad supra nacional. Dónde antes teníamos políticos clientelistas humillando a los beneficiarios de las eventuales ayudas haciéndoles creer que no tenían derecho a nada y que toda prestación era fruto única y exclusivamente de su generosidad, ahora tenemos a políticos clientelistas humillando a los beneficiarios de sus -más bien escasos- servicios sociales haciéndoles creer que no tienen derecho a nada y que toda prestación es fruto única y exclusivamente de su generosidad.
Habrá que ir con cuidado con las estrategias de cooptación y chantaje para romper el movimiento. De momento han sido bastante burdas pero la dirección que están tomando parece calcada de aquellas conocidas en otras latitudes y seguramente es sólo cuestión de tiempo que tomen un cariz más sofisticado y efectivo. La sola insinuación de que alguien que recibe ayudas no debería de tener twitter o los intentos -fallidos, de momento- de limitar el derecho de manifestación son bastante representativos de una mentalidad que exige ante todo silencio a aquellos a quienes el poder tiende la mano. Los intentos de arrastrar por el barro a la portavoz de la PAH son un ejemplo un poco más subido de tono. En otros contextos la “guerra sucia”, desde la compra de voluntades y/o silencio a cambio de miajas de pan, hasta medidas mucho más drásticas (y trágicas) son todavía hoy moneda corriente, incluso en estados supuestamente democráticos.
En todo caso lo que parece evidente es que, cada vez más, todas las luchas -incluidas las de casa- están en el mismo barco. Lo que hace algunos años era pasto del discurso de intelectuales, marxistas irredentos y algún cooperante frustrado o activista antiglobalizador incomprendido, hoy es un lenguaje común comprensible para cualquiera. Esperemos contra todo pronóstico que este renovado internacionalismo sea para mejor. En todo caso la cooperación entre luchas, ni que sea a causa de la acumulación indecente y continuada de causas nuevas por las que luchar en casa -algunas de las cuales ya parecian superadas- sí parece tener mucho futuro. Para bien o para mal.